lunes, 17 de noviembre de 2008

El juego de la farola

Hubo un tiempo en el que los niños de Astrabudúa no tenían videojuegos, ni ordenadores. Algunos tenían patinetes y pocos bicicletas. Las niñas se conformaban con la muñeca Nancy y nunca habían oído hablar de la Barbie. Y como los niños derrochaban imaginación y fantasía, cualquier objeto se convertía en un juguete y cualquier situación en un juego... incluso las de riesgo.

Uno de aquellos juegos “de riesgo” favorito de la chiquillería, consistía en abrazarse a una farola que existía casi al final de la calle Ollaga y dejarse deslizar por ella hasta la acera. A pesar de que encaramarse a la farola entrañaba cierto riesgo, los niños y niñas no se amilanaban y lo tenían por uno de los juegos más divertidos que podían existir hace treinta años en nuestro barrio. Algunos niños, los más mayores, rivalizaban en ser el que desde más arriba se deslizaba. Para lo cual, se ponían de pie en la barandilla y daban algún salto, sin pensar, jamás, en que pudieran caerse desde una considerable altura.

Aquel juego, también servía para despertar la natural e inocente curiosidad infantil de los niños, pues se convertía en una estupenda oportunidad de poder verles las braguitas a las niñas. ¡Todo un descubrimiento!.

Aquella farola ya no existe. Una más moderna ocupa su mismo sitio. Pero el lugar, apenas ha cambiado en tres décadas. A veces, cuando me dejo caer por allí, todavía me sorprendo al ver la altura desde la que los chavales se lanzaban farola abajo. Y, me sorprende, aun más, que no hubiera sucedido ningún grave accidente.

En cambio, lo que no me sorprende es que actualmente no jueguen los niños “a la farola”. Sus padres, no sin razón, no les dejarían. No tenéis más que acercaros por la farola y comprobad, personalmente, la altura desde la que aquellos niños se lanzaban. Y, si os animáis, y no os importa el qué dirán, experimentad lo que sentían aquellos niños y niñas. Yo ya lo hice.