El domingo fue uno de esos terribles días que sólo pueden darse aquí. Día lluvioso, húmedo y desagradable. Y, por qué no: ¡aburrido!.
Por la mañana algunos gaiteros escoceses nos deleitaron con su sonoro pasacalles. Gaitas, kilts (que no faldas) y sporrans sirvieron para, durante un rato, hacernos creer que estábamos en la verde (y lluviosa) Escocia. Los gaiteros pusieron lo pintoresco y nosotros la lluvia.
Después un colorido grupo de percusión nos animó a más de uno y no sólo con sus atronadores tambores. Sus cálidos ritmos sirvieron para calentar en cierto modo el ambiente. Redobles y más redobles. Ritmo, ritmo, ritmo... un silbato, brazos en alto... y de nuevo, más redobles. Y mientras, unas bailarinas hacían cabriolas, daban volteretas y enamoraron a más de uno con su mirada... y sus ombligos.
Sin embargo, la tarde fue una desesperación. Paseo pa’quí, paseo pa´llá; pa’rriba y pa’bajo. Y la música de la orquestina de jazz no fue suficiente para hacerme creer que caminaba entre las animadas calles de Nueva Orleáns el día del Mardi Grass.
Nada. Que tendré que hacerme del Athletic a la fuerza. Porque, por lo menos, los aficionados que el domingo mataban la tarde (y su salud) en los bares del barrio, disfrutaban con el partido de su equipo entre sorbito de brandy y calada al cigarrillo. Mi calada fue otra: Blame it on the rain.
Hablando de rain. Curiosa instantánea que obtuve el domingo en mi cansino y anodino caminar por Astrabudúa. Cuán aburrido debí de estar que me acerqué por el apartado El Gato y allí descubrí que el problema del espacio en las casas es más acuciante de lo que yo estimaba. Vean, vean la foto.
Arriesgada manera de colocar un colgador de ropa, ¿verdad?.
A propósito del rincón de El Gato, éste continúa como siempre: frío, gris y sucio. Iba a decir solitario, pero el domingo también una madre y su hijo se internaron por el dichoso callejón. ¡Qué recuerdos los de El Gato!.
Si mi estimado lector y mi querida lectora no conocen dónde está El Gato ya pueden comenzar a preguntar a los más viejos lugareños.
Prometo resolver el dilema en próximas entregas.
Por la mañana algunos gaiteros escoceses nos deleitaron con su sonoro pasacalles. Gaitas, kilts (que no faldas) y sporrans sirvieron para, durante un rato, hacernos creer que estábamos en la verde (y lluviosa) Escocia. Los gaiteros pusieron lo pintoresco y nosotros la lluvia.
Después un colorido grupo de percusión nos animó a más de uno y no sólo con sus atronadores tambores. Sus cálidos ritmos sirvieron para calentar en cierto modo el ambiente. Redobles y más redobles. Ritmo, ritmo, ritmo... un silbato, brazos en alto... y de nuevo, más redobles. Y mientras, unas bailarinas hacían cabriolas, daban volteretas y enamoraron a más de uno con su mirada... y sus ombligos.
Sin embargo, la tarde fue una desesperación. Paseo pa’quí, paseo pa´llá; pa’rriba y pa’bajo. Y la música de la orquestina de jazz no fue suficiente para hacerme creer que caminaba entre las animadas calles de Nueva Orleáns el día del Mardi Grass.
Nada. Que tendré que hacerme del Athletic a la fuerza. Porque, por lo menos, los aficionados que el domingo mataban la tarde (y su salud) en los bares del barrio, disfrutaban con el partido de su equipo entre sorbito de brandy y calada al cigarrillo. Mi calada fue otra: Blame it on the rain.
Hablando de rain. Curiosa instantánea que obtuve el domingo en mi cansino y anodino caminar por Astrabudúa. Cuán aburrido debí de estar que me acerqué por el apartado El Gato y allí descubrí que el problema del espacio en las casas es más acuciante de lo que yo estimaba. Vean, vean la foto.
Arriesgada manera de colocar un colgador de ropa, ¿verdad?.
A propósito del rincón de El Gato, éste continúa como siempre: frío, gris y sucio. Iba a decir solitario, pero el domingo también una madre y su hijo se internaron por el dichoso callejón. ¡Qué recuerdos los de El Gato!.
Si mi estimado lector y mi querida lectora no conocen dónde está El Gato ya pueden comenzar a preguntar a los más viejos lugareños.
Prometo resolver el dilema en próximas entregas.